domingo, 3 de julio de 2011

Capítulo 1

En la vida solo se conoce una enfermedad cuya medicina es ella misma: se llama amor.
Las personas están condenadas a amar, a vivir amando y a morir amando. A sufrir por él y a luchar por él, porque quizás sea el único motivo por el que merezca la pena existir.

9 de Abril de 2002.
La lluvia caía cada vez con más fuerza sobre las oscuras calles de la ciudad. Las nubes se estremecían como si aquello fuera una rebelión de cielo. Algunos contenedores volcados se balanceaban de un lado a otro en los charcos, y Amy contemplaba todo aquello desde su ventana.

Bruscamente corrió las cortinas con un gesto antipático y bajó las escaleras de madera sigilosamente.
Vistiendo una sudadera azul oscuro, abrió la puerta y un fuerte viento despeinó su flequillo. Se puso la capucha y cerró la puerta tras de sí, aventurándose en medio de la tormenta.

Pasada una hora, la lluvia había cesado, mas el cielo seguía nublado. Pronto llegó a un lugar cuya apariencia era bastante similar a la de un destartalado desgüace. Se divisaba una fogata donde había varios adolescentes. Uno de ellos la miró friamente, y los otros estaban fumando porros con poco disimulo.

Una chica con un pircing en la nariz y un tatuaje en el brazo izquierdo en el que se leía "You make me wanna die", apareció tras ella. Ésta se volvió sobresaltada:
-¿Alice? ¿Qué haces aquí?
-No, ¿qué haces TÚ aquí? dijo remarcando la palabra "tú".
Amy suspiró.
-Necesito dinero, ¿vale?- añadió- Un...tío de aquí me lo va a prestar.
-¿Me estás diciendo que misteriosamente un desconocido te va a dar dinero para lo que quiera que sea?- cogió aire- ¡Aterriza Amy! Tienes 15 años, y no puedes llegar a saber lo peligroso que es éste mundo.
-¿Y por qué te metiste en él?- agregó imperativa.
-No lo entiendes, mi caso es dife...
-Sí lo entiendo, tienes un año más que yo, y éste mundo es igual de peligroso para tí que para mí. Y además, deja de darme lecciones, tú y yo ya no somos amigas. Me mandaste a la mierda, ¿recuerdas?
-Escucha...-dijo Alice en un tono más suave.
-¡Olvídame!- gritó retomándo su camino a casa.

Amy llegó a casa aún humeda. Subió a su cuarto y se desnudó; se miró al espejo palpándose la tripa, sabiendo lo que había dentro de ella. Súbitamnete comenzó a llorar.

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